Edimburgo es una de esas
capitales antiguas de Europa que por su peso histórico se mantienen como tales
pero sin una influencia económica tan destacada hoy en día en el país. Se trata
de una ciudad atrapada en el tiempo, donde la vida de sus ciudadanos se ha
adaptado al escenario congelado de otra época, manteniendo prácticamente intacta
la estructura de sus calles, las esquinas, los espacios públicos... como si de
objetos de museo se tratara. Esto es aprovechado por sus ciudadanos ya que
hacen del turismo la principal fuente de ingresos de la ciudad. Especialmente
en la época del festival de artes escénicas, en Agosto, la calle principal (High
Street) se convierte literalmente en escenario improvisado por los artistas
participantes para promocionar sus actuaciones.
En el plano se sintetizan
los barrios más característicos del centro de la ciudad. En primer lugar, el Old
Town que apareció como asentamiento a partir del camino por donde se accedía al
castillo, fortaleza en la que comerciantes ambulantes se protegían al paso por
la ciudad. Su masiva densificación con el paso de los años obligo a la creación
de una ciudad de nueva planta paralela, el New Town. Ortogonal y racional, las
calles lejos de ser fruto de la agregación imprevista de construcciones, formaban
parte de un único proyecto estratégico.
Existe una dualidad muy contrastada entre el carácter de estos dos tejidos que
evidencia las diferencias en su origen y su evolución.
Por otra parte es muy
característico de este sistema de crecimiento, el aprovechamiento de las
discontinuidades creadas en el tejido para liberar de presión a una densidad
tan alta como la del casco viejo. Éste es el motivo de la aparición de dos
parques encargados de la transición entre el casco antiguo y los nuevos crecimientos:
Princess’ Gardens a norte (primera New Town); y el parque de Meadows a sur (barrio
de Marchmont).