dimecres, 7 de novembre del 2012

La restauración y el papel de la verdadera Arquitectura


La ciudad es historia que el tiempo se encarga de desmaterializar. Es como un libro en el que continuamente se tienen que reescribir fragmentos porque sus palabras se borran poco a poco, y ya no tienen coherencia unas frases con otras; es como un palimpsesto tal y como dijo Robert Venturi en “Complejidad y contradicción en la arquitectura”.

La restauración de un edificio a su estado de conservación anterior es una estupidez, teniendo en cuenta que con el tiempo todo se transforma. Es la misma banalidad de aquellas personas que se operan para parecer más jóvenes, aunque su esencia y lugar en el espacio temporal y material no podrá ser transformada, y por ello se notará inevitablemente cierta artificialidad y anacronismo. Eso no quiere decir que no debamos de proteger y mantener adecuadamente los edificios, pero también debemos evitar que las ciudades sean más museo que ciudad, no hay que tener miedo a  reinterpretar la arquitectura una vez se ha leído y comprendido un lugar, derruyendo partes e incluso dotándolo de un nuevo uso si se considerase necesario.

Dado que solamente el cambio permanece, es esa la actitud que debemos tomar, aceptar que la arquitectura también tiene la dimensión tiempo, y al final todo acabará diluyéndose en el universo. La actitud correcta que el arquitecto debe tomar, es primero tener sensibilidad por aquello que va a transformar aprovechando al máximo sus características, seguidamente decidir qué se debe conservar, y finalmente mejorar el lugar potenciando con intención y actitud lo que se crea conveniente.
  


Ya conocía los búnquers del Turó de la Rovira, y sin saber exactamente su historia me la podía imaginar por la sensible y sincera restauración que se ha llevado a cabo. Me gustaría añadir a este ejemplo de los arquitectos Jansana, de la Villa, de Paauw arquitectes SLP, AAUP Jordi Romero i associats SLP; otro proyecto de igual sensibilidad en la ciudad de Múnich. Se trata de la restauración de la Alte Pinakotek. Construida inicialmente por el arquitecto Leo von Klenze en 1826 por orden del rey bávaro Ludwig I, fue creada para proteger tesoros del arte que coleccionaba la familia de duques bávaros desde 1563.



En la segunda guerra mundial fue destruida, permaneciendo en pie únicamente partes de su fachada. Me gustaría saber qué mente enferma y perversa ordenó la casi destrucción de un edificio que no tiene ningún interés bélico, y sin embargo mucho artístico, y que causa daño importante a la larga, y no a corto plazo como interesa teóricamente en las guerras.

 

Afortunadamente, en el año 1957, el arquitecto Hans Döllgast llevó a cabo una restauración austera y simple con un resultado espectacular: al reinterpretar el edificio utilizó un ladrillo más moderno y de tonalidades rojizas, y un lenguaje menos artificioso, adaptándose a los recursos y técnicas del momento y mostrando claramente las heridas del edificio, pero con mucho respeto y sin querer llamar la atención con las estridencias a las que hoy nos tiene acostumbrados la arquitectura-espectáculo.  La escalera del edificio es otro ejemplo de sencillez e inteligencia arquitectónica en donde la luz natural, las vistas, la verticalidad del espacio, los materiales, y el significado de subir esa escalera como verdadero preámbulo a las obras de arte -aumentando la correspondiente tensión y curiosidad previas que se merece una pinacoteca de tal importancia- son los verdaderos protagonistas.


  
Intervenciones como estas dan valor y dignifican nuestra profesión y además aportan un valor social  importante: dejar que las piedras nos transmitan sentimientos, potencien su función, y nos expliquen su historia; haciéndonos recordar su valor y los errores cometidos en el pasado para que nunca más los volvamos a cometer.